jueves, 7 de noviembre de 2019

Un Lucero. Parte 1


Antonio y María salen del consultorio. Se ve en el rostro de María la preocupación. Tiene el ceño fruncido como cuando duerme, y ya comenzó a sentir retortijones en el estómago. Pero ella se sabe así, siempre ha sido así y logra controlarlo. Antonio está al volante y aparenta estar tranquilo. No hay nada en su rostro que denote inquietud, aunque es difícil saber qué pasa por su mente.

Y es que se supone que no hay nada de qué preocuparse. A sus cincuenta años, Antonio hace media hora diaria de bicicleta, tiene buen apetito y no se siente cansado ni deprimido. Luego de una serie de exámenes, el doctor le ha dicho que no encuentra nada malo en su organismo. Le ha recetado unas pastillas para dormir, pero su sueño es óptimo. Cuando hacía los viajes semanales a Trujillo en bus (la familia completa aún no se había mudado a Lima), no llegaba ni a la avenida Alfonso Ugarte, y ya estaba profundamente dormido.

—Toño, yo creo que ya es hora de ir a ver a la Sra. Carmen.
—Uhmm, no sé… ¿Por qué no esperamos un tiempito más? —Está tenso y ambas manos sujetan fuertemente el volante.
—¡Esperar más! —le dice ella, visiblemente afectada, los ojos vidriosos, a punto de llorar— No sabemos qué es lo que tienes. No lo saben los doctores. Y ya has bajado casi diez kilos en cuatro meses.
—No tan rápido vieja, serán seis— contesta él tratando de lucir sereno.
—Bueno Antonio, tú me dijiste que primero confiarías en los doctores, en la ciencia, y luego consultaríamos. Pero estamos igual que cuando comenzamos con todas estas pruebas. —dice María, esta vez más enérgica, mirándolo fijamente— No igual, estamos peor, tú sigues bajado de peso.
—Bueno vieja, ¡qué quieres que hagamos! ¿Quieres que vayamos donde la bruja?

Antonio, casi nunca levanta la voz, pero esta vez lo hace. Trata de permanecer atento al volante, pero ha volteado para mirar a su esposa a los ojos.

—¡No es bruja! Es parapsicóloga. Con estudios en España. Ahí está su cartón en la pared de su consultorio— responde exaltada María.
—Bueno, bruja con título entonces— interrumpe él y sonríe. Ambos ahora sonríen. Antonio hace una vuelta en U en la siguiente intersección y enrumba a Chorrillos.

El consultorio de la Sra. Carmen es una habitación pequeña y bien iluminada, contrario a lo que podría esperarse de una “bruja”. Ella está sentada detrás de un escritorio viejo y delante de su título académico en el que se lee en letras góticas “Carmen de los Ángeles Fiestas Alzamora”. Al frente está el matrimonio Olortegui Córdova. María le detalla la situación a Carmen entre sollozos, pasando de la calma al llanto, y viceversa, con facilidad.

 —A ver María, veamos qué dicen las cartas —dice Carmen con un ligero acento español, como para certificar que sí es graduada en España, y lanza un puñado de estas sobre su escritorio– Lo veo a usted arriba, acompañado de estrellas. Usted tiene un alto cargo, es un personaje importante. Lo veo entre plantas, entre maizales, altos. Muy altos.

Las pupilas de Antonio se dilatan, abre los ojos, pasa saliva. Trata de pasar desapercibido, pero no lo logra. María lo toma suavemente de la mano. Ella sabe el porqué de esa reacción. Y es que él es abogado, trabaja en el Tribunal Agrario. Él impartía justicia en el campo desde tiempos de la Reforma Agraria y ahora lo hace desde el cargo más alto. Es además uno de los pocos vocales honestos del país.

—Veo que es una persona recta. Es honesto y la gente lo quiere por eso— continúa Carmen. 

Lanza ahora un nuevo juego de cartas y su expresión cambia: frunce el ceño, asiente levemente y se nota desdén en su actitud. Se endereza sobre su sillón, toma aire y exclama:

  —¡Joder!, acá veo un desgraciado. Un colega suyo— Lanza una última carta y sentencia sin ninguna duda, con el índice derecho en alto: —¡Brujería! —

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