—¡Me
suenan las tripas! —exclama Luis.
—Está
bien hijo. Espera un poquito más. —le pide María— La comida ya está lista, pero
faltan llegar el resto de invitados.
La
mesa está puesta: platos, cubiertos y vasos. Refrescos y gaseosas. Todo listo
para el almuerzo familiar. María madruga cada vez que organiza una reunión.
Pero
hemos quedado a la una de la tarde, Ma’. Y ya es la una y media. Tú sabes que
yo soy puntual. ¡Bendita costumbre la mía!
Luis
tiene la mirada fija en el parque frente a la casa de sus padres. Su
respiración se acelera un poco y frunce el ceño. Mueve acompasadamente su
pierna derecha, como si estuviera nervioso, pero no lo está. Esta fastidiado y
se muere de hambre. Pero es algo más que eso.
Avisó
con tiempo a su esposa e hijos del almuerzo de hoy. Como todos los fines de
semana, despertó temprano. Se alistó en silencio para hacer su hora de caminata,
y desayunó un café con leche y butifarra (con harta cebolla y mayonesa) en El Cajamarquino.
«Total, con la caminata lo bajo» pensó.
Estuvo
de vuelta en casa alrededor de las diez de la mañana y se dio un baño.
—Ya
regreso familia, voy a lavar el carro —anunció Luis— Salimos para Lince a las
doce y media en puntito.
Al
regresar, se dio con la sorpresa -aunque en realidad no tanto- de que la
familia aún no estaba lista. Esperó un momento y les aviso que no esperaría
más, que él es puntual con todos.
—Vete
entonces—dijo su esposa.
Y
se fue. Simplemente se fue. «Para toda pelea, debe haber dos gallos»
reflexionó.
—Ya
regreso mami —anuncia Luis.
—¿A
dónde vas Luchito?
—Ya
vengo.
—¡Tanto
ya pues no puedes esperar un ratito más! –dice María, fastidiada— Por último,
ni tu familia ha llegado. Mira tu aparato ese mientras tanto —sugiere.
—No
Ma’, voy un ratito al grifo. Estoy sin gasolina.
—Ah
bueno. No demores.
Luis
sale de la casa de sus padres. Entra a su auto. Efectivamente, la aguja de
gasolina en el tablero está por llegar a la E. Retrocede con cuidado y sale
raudo. Hay un grifo cerca. Ocho cuadras más allá, estaciona y baja. Una persona
delgada, con el mandil sucio y cigarrillo en mano, sale a su encuentro.
—Pelo que gusto velte Luisito. Tiempo que no vienes pol acá.
—Así
es chinito, hace tiempo.
—¿Lo
mismo de siemple?
—Sí, por favor. Lo mismo de
siempre.
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