domingo, 10 de noviembre de 2019

Akun In Memoriam

Anoche no dejé de pensar en ti durante horas querido amigo. Venían muchos recuerdos, muchas imágenes a mi mente. Pero siempre estabas con una sonrisa. O casi siempre. A veces con cara de poto también. Porque eras así: auténtico, transparente, sincero; sin una pizca de poses. Jamás pretendías ser alguien más. Tener más.  
Hacías lo que querías, cuando querías. Afeitabas esos cuatro pelos parados que tenías por bigote sólo en ocasiones especiales. Un bautizo o un matrimonio. Y tu tenida era la mía: correa, zapatos y corbata que te heredaba. A veces, hasta los pantalones. Pintabas una pared en todos los sentidos: horizontal, vertical, diagonal. Instalabas conexiones que no sé cómo funcionaban. Levantabas paredes tú solito, trepado cual hombre araña oriental y usando lo que hubiere a mano. Podrías cocinar piedras con cartones, y eran una delicia.
Un escritor, Balo, dijo de ti en El Comercio: “Unos viven para trabajar, el chino Felipe trabajaba para vivir”. Logré contactarlo; quería que te saludara. Que recordara contigo todas esas anécdotas que de él y sus amigos de San Isidro me contabas. Pero no se pudo.
Siempre alegre y ocurrente. Recuerdo cuando te pregunté sobre la revelación de Ricky Martin, y me soltaste una de antología: “Se volteó el Titanic, ¡y no se va a voltear un hombre!” O cuando tu cardióloga te dijo que sólo podías tomar una copa de vino al día, y te apareciste en su consultorio con una inmensa copa de campeonato de fulbito. Y la mejor fue cuando encontraste mi billetera y me dijiste, ni bien bajaba de mi auto, que tenías una buena y mala noticia: - ¿Cuál es la buena, Akún?  -Que encontré tu billetera. -Lo máximo Akun, ¿Y la mala? -Que me prestes doscientos soles. 
¡Qué tal pendejo!
Recuerdo cuando te vi por última vez: dormías ya para la eternidad. No tenías pulso, pero te sentí vivo. No corría ya la sangre por tus venas, pero te sentí tibiecito. Tomé tu mano, abracé a tu hija y rezamos. Sentí mucha paz, y la siento cada vez que te recuerdo. 
Porque tú vives aún Akún: vives en tu devota esposa; en tus amados hijos y nietos. Vives en el limonero que sembraste y que cada año se carga de frutos. Vives en cada cachivache que nunca quisiste botar. En cada pared mal levantada que, curiosamente, sigue en pie. En cada repostero recuperado. En cada mueble reparado. En el cemento donde pusiste tu firma junto a la mía.  
Vives en mí, amigo. En mi recuerdo, en mi corazón. Y ahí estarás siempre. Porque fuiste quien me hizo el mejor cumplido que he recibido. Dándome unas palmaditas en el hombro, me dijiste: “La felicidad para un padre es tener a su hija bien casada, junto a un hombre bueno. Y yo soy inmensamente feliz”.  Cada que recuerdo esas palabras siento escalofríos y me palpita el corazón. Literalmente, lo siento latir más rápido y fuerte, como si le faltara espacio. Me querías bien Akun, me quieres bien. Y yo a ti. 

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