En
palabra de un gran amigo: hay grupos y grupos. Y es menester de persona
prudente, no juntarlos.
Después
de dos años estériles en la universidad —¿estudiando? — ingeniería electrónica,
y cuando mi papá, con premonitoria intuición, solicitó y descubrió que
mis calificaciones no eran nada buenas, me fue dado un ultimátum: escoge otra
carrera, pero esta es tu última oportunidad.
Por
Fernando, un fornido amigo de colegio de los pocos que en aquellas épocas
cultivaba su cuerpo, me enteré del Instituto de Computación de la Universidad
Católica en Magdalena, en donde sí destaqué y, sobretodo, conocí a casi todos los
que hoy son mi grupo Infopuc:
Cristina
es una chica alta y curvilínea. Imponente diría yo. No sólo yo. Tiene un
cabello negro azabache precioso que le llega casi a la cintura; y de ahí, para
abajo, sólidas columnas romanas la dan esa prestancia altiva, ese porte de femme fatal. Dos poderosos motivos más,
avante, hacen de ella una verdadera amazona, una guerrera de puro e infatigable
corazón. Y es que Cris jamás esta de mal humor o lamentándose de la vida. Ella
es la organizadora de cuanta ceremonia hay en su trabajo, en su familia, en sus
grupos y grupos de amigos. Basta con señalar que ella, a pesar de no haber
estudiado en el instituto, es la más activa del grupo: su afición por las
reuniones es solo comparable a su afición por los selfis.
Respirar
es algo que los seres humanos hacemos de manera natural, y que no podemos dejar
de hacerlo jamás mientras estemos en este mundo. Del mismo modo, Sonia mira y
parpadea; camina y se detiene; habla y escucha con legítima, espontánea e
inevitable sensualidad. Es algo intrínseco en ella. Ondulado y suelto, su
cabello enmarca un rostro armonioso de mirada suave y magnética a la vez, que
ni sus actuales anteojos de caricatura —“no hiciste tu papeleo anoche
Wasowski”— logran atenuar.
Su
corazón es tan grande como estruendosa es su risa. Su alegría es desbordante, y
lo es también su pesar, cuando lo tiene. Ella es Susana. Una mujer hermosa,
sincera y apasionada. El baile —el flamenco en especial— lo tiene en su sangre
española, que corre por sus venas inoculado por su maja madre desde antes de
nacer. Su cabello es castaño y sus ojos marrones, a veces melancólicos, brillan
cuando se le ocurre algo. ¿Cómo es esa de tu pata de la chamba? me pregunta
cuando quiere estallar en una risotada franca y explosiva. Poseedora de un
sentido del humor excepcional, puede encontrar la ocurrente humorada en
situaciones cotidianas y alegrarnos el día.
Angello
es Energía pura. Arranca a las cinco de la mañana en el terminal pesquero y termina
pasada la medianoche bailando salsa, de la buena, con sus amiguitas,
generalmente de otro de sus tantos grupos, porque él es también puro Amistad. Durante
años, nunca dejó de participarme acerca de las reuniones que el grupo, al cual
ahora pertenezco, convocaba. Angie, como me gusta llamarlo, se me revela como
un personaje de época, de sombrero alto; antiguo y de edad incierta. En su
frente surcada, un par de cejas pobladas y altivas marcan el inicio de una
prominente nariz como lo es su amabilidad.
Angello es empuje, es camaradería, es gentileza en su máxima expresión.
Y,
last but not least, Koki. Poseedor
de un agudo sentido del humor y de la oportunidad, limitando peligrosamente en
ocasiones con la ironía (¡y por qué no!). Tiene siempre el término preciso para
la persona o el momento indicado: lesbiano, por ejemplo, es de su autoría.
Siempre bien puesto, es el epítome del cuarentón que mantiene la estampa de los
veinte intacta. Nuestro barman oficial,
maneja las proporciones de los licores, como lo hace con sus opiniones de toda
índole. Ojos verdes y sonrisa de medio lado, es —era, me corrijo— un galán
indómito.
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