jueves, 2 de enero de 2020

Los Infopuc

En palabra de un gran amigo: hay grupos y grupos. Y es menester de persona prudente, no juntarlos.

Después de dos años estériles en la universidad —¿estudiando? — ingeniería electrónica, y cuando mi papá, con premonitoria intuición, solicitó y descubrió que mis calificaciones no eran nada buenas, me fue dado un ultimátum: escoge otra carrera, pero esta es tu última oportunidad.

Por Fernando, un fornido amigo de colegio de los pocos que en aquellas épocas cultivaba su cuerpo, me enteré del Instituto de Computación de la Universidad Católica en Magdalena, en donde sí destaqué y, sobretodo, conocí a casi todos los que hoy son mi grupo Infopuc:

Cristina es una chica alta y curvilínea. Imponente diría yo. No sólo yo. Tiene un cabello negro azabache precioso que le llega casi a la cintura; y de ahí, para abajo, sólidas columnas romanas la dan esa prestancia altiva, ese porte de femme fatal. Dos poderosos motivos más, avante, hacen de ella una verdadera amazona, una guerrera de puro e infatigable corazón. Y es que Cris jamás esta de mal humor o lamentándose de la vida. Ella es la organizadora de cuanta ceremonia hay en su trabajo, en su familia, en sus grupos y grupos de amigos. Basta con señalar que ella, a pesar de no haber estudiado en el instituto, es la más activa del grupo: su afición por las reuniones es solo comparable a su afición por los selfis.

Respirar es algo que los seres humanos hacemos de manera natural, y que no podemos dejar de hacerlo jamás mientras estemos en este mundo. Del mismo modo, Sonia mira y parpadea; camina y se detiene; habla y escucha con legítima, espontánea e inevitable sensualidad. Es algo intrínseco en ella. Ondulado y suelto, su cabello enmarca un rostro armonioso de mirada suave y magnética a la vez, que ni sus actuales anteojos de caricatura —“no hiciste tu papeleo anoche Wasowski”— logran atenuar.  

Su corazón es tan grande como estruendosa es su risa. Su alegría es desbordante, y lo es también su pesar, cuando lo tiene. Ella es Susana. Una mujer hermosa, sincera y apasionada. El baile —el flamenco en especial— lo tiene en su sangre española, que corre por sus venas inoculado por su maja madre desde antes de nacer. Su cabello es castaño y sus ojos marrones, a veces melancólicos, brillan cuando se le ocurre algo. ¿Cómo es esa de tu pata de la chamba? me pregunta cuando quiere estallar en una risotada franca y explosiva. Poseedora de un sentido del humor excepcional, puede encontrar la ocurrente humorada en situaciones cotidianas y alegrarnos el día.

Angello es Energía pura. Arranca a las cinco de la mañana en el terminal pesquero y termina pasada la medianoche bailando salsa, de la buena, con sus amiguitas, generalmente de otro de sus tantos grupos, porque él es también puro Amistad. Durante años, nunca dejó de participarme acerca de las reuniones que el grupo, al cual ahora pertenezco, convocaba. Angie, como me gusta llamarlo, se me revela como un personaje de época, de sombrero alto; antiguo y de edad incierta. En su frente surcada, un par de cejas pobladas y altivas marcan el inicio de una prominente nariz como lo es su amabilidad.  Angello es empuje, es camaradería, es gentileza en su máxima expresión.


Y, last but not least, Koki. Poseedor de un agudo sentido del humor y de la oportunidad, limitando peligrosamente en ocasiones con la ironía (¡y por qué no!). Tiene siempre el término preciso para la persona o el momento indicado: lesbiano, por ejemplo, es de su autoría. Siempre bien puesto, es el epítome del cuarentón que mantiene la estampa de los veinte intacta.  Nuestro barman oficial, maneja las proporciones de los licores, como lo hace con sus opiniones de toda índole. Ojos verdes y sonrisa de medio lado, es —era, me corrijo— un galán indómito.




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