martes, 3 de diciembre de 2019

El nido

Mi hijo dio el examen de ingreso al colegio de manera extemporánea. Era una prueba muy rigurosa y selectiva, teniendo en cuenta que tenía cinco años de edad. El resultado dejó a sus evaluadoras sorprendidas y me preguntaron en qué nido había estado.

El nido Angel’s Garden era de la hermana de un amigo de colegio y funcionaba en su casa. Ella y su mamá habían adaptado el primer piso para acomodar, en la sala, dos salones de pre inicial; y en el patio posterior, una zona para actividades recreativas.  El garaje —escenario de un célebre y nebuloso tono de quinto de media diez años atrás— estaba reservado para las actuaciones. Como un plus, mi amigo Luis Miguel —experto informático desde muy pequeño— estaba a cargo de las clases de computación, aunque ese verano creo que andaba fugado.

—¡Apúrate!, vamos a llegar tarde. —me alertó mi esposa.
—Pero si aún falta media hora. —le dije— Además, está a la vuelta de la esquina.
—Es que quiero estar adelante, en un buen asiento.
—¡Bah!, pero si son las sillitas que usan los niños. No sé qué afán de usar esas mismas sillas siempre. A las justas entra el huesito de la alegría. Y las nalgas se te desparraman a los costados.
—Ay que criticón eres mi amor, así se ve más tierno —justificó ella, endulzando su voz. ¿Podía ser acaso ser más dulce?
—Se verá, pero duele el ocote —añadí— Podrían alquilar esas sillas blancas de plástico que hay en todo lado.

El nido estaba en una quinta con cuatro casas a cada lado y dos al fondo. El patio tenía una distancia de diez metros a lo ancho. Esa mañana, soleada pero fresca como era de esperarse para mediados de mayo, no había autos estacionados. Las sillitas, que usan los niños, estaban dispuestas en una cuadrícula de seis por cinco, frente a la cochera.

Conseguimos las mejores butacas posibles frente al garaje. Una cortina roja de pared a pared delimitaba el escenario. Los niños se encontraban tras bastidores, listos para la actuación. Habían llegado con horas de anticipación para el ensayo final.

Entre las cortinas, hizo su aparición el maestro de ceremonias. Toda actuación tiene uno. Sea el Día de la Madre en el nido del barrio, o la entrega de los premios Oscar en Los Angeles. En Angel’s Garden, el presentador oficial de todas las actuaciones en el nido, era el esposo de miss Giovanna. Vestía, en aquella ocasión, un pantalón de drill azul oscuro, con camisa blanca de manga larga y un chaleco granate. Afeitado al ras, engominado y ceremonioso, con un portapapeles en la mano, dio inicio a la velada con impostada voz de locutor radial:

—Bienvenidas mamitas del nido Angel’s Garden. —«Y los papitos», pensé— Es para mí un honor presentar estos pequeños pero emotivos números por el Día de la Madre.

Hizo una pausa. Miró al portapapeles. Probablemente revisaba el programa de la ceremonia para no cometer ningún error al momento de presentar los actos.

—Estos han sido preparados con mucho amor por vuestros hijos e hijas y por las mises Gloria y Giovanna —continuó.
—¡Que comience la función! —finalizó con sincero pero excesivo entusiasmo el esposo venido a maestro de ceremonias, mientras las cortinas rojas eran abiertas discretamente por las profesoras, quedando una a cada lado del escenario. Los pequeños aparecieron nerviosos en el tabladillo. Vieron a sus madres y abuelitas –y a algunos padres- frente a ellos. Algunos, los más espabilados, comenzaron a saludar.

Los aplausos sonaron atronadores. Las mamás y abuelitas además de aplaudir, sonreían y llamaban a sus pequeños a viva voz. Los pocos adultos varones que habíamos ido a la actuación, acomodábamos nuestras posaderas, tratando de centrarlas en esas sillitas que parecían de juguete. ¡Eran de juguete!

Gracias, muchas gracias –-reconocía el maestro, mientas señalaba con una mano extendida a los niños y a las profesoras. El crédito era de ellos. Tenía un mohín de júbilo en el rostro, las cejadas arqueadas hacia arriba dibujando leves surcos en la frente y los ojos bien abiertos. Era su momento, y lo estaba disfrutando.

—Bien, vamos a dar inicio entonces a la actuación por el Día de la Madre.

Hizo una pausa, y siempre con la voz de locutor, siguió: "Ahora, el salón de naranjitas y manzanitas bailaran un tondero para todas ustedes: las mamitas".

Eran sólo dos salones, con unos ocho niños en cada uno. No era necesario especificar el nombre de cada aula ya que siempre salían los ocho niños a actuar a la vez. Era obvio que el maestro lo consideraba necesario en su repertorio.

Los niños y niños salían –o los sacaban– al escenario en cada actuación con actitudes dispares. Había los que entraban con toda la confianza del mundo: artistas natos. Otros que, si bien aceptaban salir, no movían ni un solo musculo. Se quedaban ahí, estáticos: los cumplidores. Y finalmente, estaban los que no salían. Habían caído presa del pánico escénico, en lo que tal vez quedaría grabado en sus inconscientes como el primer ataque de pánico.

Fueron varios números los que prepararon miss Gloria y miss Giovanna con mucha dedicación, y todos fueron dirigidos con maestría y elegancia por el esposo.

Durante más de tres años asistió mi hijo a su nido, Angel’s Garden, y participó en muchas veladas. Se divirtió, aprendió y fue muy feliz ahí. Que más podría pedir para lo que fue la primera etapa en su educación.


2 comentarios:

  1. Gracias a este relato queda descubierto q los mejores lugares no son los q se pagan grandes cantidades de dinero. La educacion deberia ser asi como en Angel's garden

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  2. Eso es lo mas importante, que los niños se sientan felices como di estuvieran en casa, como en Angel'garden. De q sirve pagar una pension alta si el niño solo recibe contenidos academicos y no lo mas importante cariño, amor, diversion y el complemento de valores.
    Arriba Angel's garden!!

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