El
nido Angel’s Garden era de la hermana de un amigo de colegio y funcionaba en su
casa. Ella y su mamá habían adaptado el primer piso para acomodar, en la sala,
dos salones de pre inicial; y en el patio posterior, una zona para actividades
recreativas. El garaje —escenario de un
célebre y nebuloso tono de quinto de
media diez años atrás— estaba reservado para las actuaciones. Como un plus, mi
amigo Luis Miguel —experto informático desde muy pequeño— estaba a cargo de las
clases de computación, aunque ese verano creo que andaba fugado.
—¡Apúrate!,
vamos a llegar tarde. —me alertó mi esposa.
—Pero
si aún falta media hora. —le dije— Además, está a la vuelta de la esquina.
—Es
que quiero estar adelante, en un buen asiento.
—¡Bah!,
pero si son las sillitas que usan los niños. No sé qué afán de usar esas mismas
sillas siempre. A las justas entra el huesito de la alegría. Y las nalgas se te
desparraman a los costados.
—Ay
que criticón eres mi amor, así se ve más tierno —justificó ella, endulzando su
voz. ¿Podía ser acaso ser más dulce?
—Se
verá, pero duele el ocote —añadí— Podrían alquilar esas sillas blancas de
plástico que hay en todo lado.
El
nido estaba en una quinta con cuatro casas a cada lado y dos al fondo. El patio
tenía una distancia de diez metros a lo ancho. Esa mañana, soleada pero fresca
como era de esperarse para mediados de mayo, no había autos estacionados. Las
sillitas, que usan los niños, estaban dispuestas en una cuadrícula de seis por
cinco, frente a la cochera.
Conseguimos
las mejores butacas posibles frente al garaje. Una cortina roja de pared a
pared delimitaba el escenario. Los niños se encontraban tras bastidores, listos
para la actuación. Habían llegado con horas de anticipación para el ensayo
final.
Entre las cortinas, hizo su aparición el maestro de ceremonias. Toda actuación
tiene uno. Sea el Día de la Madre en el nido del barrio, o la entrega de los
premios Oscar en Los Angeles. En Angel’s Garden, el presentador oficial de
todas las actuaciones en el nido, era el esposo de miss Giovanna. Vestía, en
aquella ocasión, un pantalón de drill azul oscuro, con camisa blanca de manga
larga y un chaleco granate. Afeitado al ras, engominado y ceremonioso, con un portapapeles
en la mano, dio inicio a la velada con impostada voz de locutor radial:
—Bienvenidas
mamitas del nido Angel’s Garden. —«Y los papitos», pensé— Es para mí un honor
presentar estos pequeños pero emotivos números por el Día de la Madre.
Hizo
una pausa. Miró al portapapeles. Probablemente revisaba el programa de la
ceremonia para no cometer ningún error al momento de presentar los actos.
—Estos
han sido preparados con mucho amor por vuestros hijos e hijas y por las mises
Gloria y Giovanna —continuó.
—¡Que
comience la función! —finalizó con sincero pero excesivo entusiasmo el esposo
venido a maestro de ceremonias, mientras las cortinas rojas eran abiertas discretamente
por las profesoras, quedando una a cada lado del escenario. Los pequeños aparecieron
nerviosos en el tabladillo. Vieron a sus madres y abuelitas –y a algunos
padres- frente a ellos. Algunos, los más espabilados, comenzaron a saludar.
Los
aplausos sonaron atronadores. Las mamás y abuelitas además de aplaudir, sonreían
y llamaban a sus pequeños a viva voz. Los pocos adultos varones que habíamos ido
a la actuación, acomodábamos nuestras posaderas, tratando de centrarlas en esas
sillitas que parecían de juguete. ¡Eran de juguete!
Gracias,
muchas gracias –-reconocía el maestro, mientas señalaba con una mano extendida a
los niños y a las profesoras. El crédito era de ellos. Tenía un mohín de júbilo
en el rostro, las cejadas arqueadas hacia arriba dibujando leves surcos en la
frente y los ojos bien abiertos. Era su momento, y lo estaba disfrutando.
—Bien,
vamos a dar inicio entonces a la actuación por el Día de la Madre.
Hizo
una pausa, y siempre con la voz de locutor, siguió: "Ahora, el salón de
naranjitas y manzanitas bailaran un tondero para todas ustedes: las
mamitas".
Eran
sólo dos salones, con unos ocho niños en cada uno. No era necesario especificar
el nombre de cada aula ya que siempre salían los ocho niños a actuar a la vez. Era
obvio que el maestro lo consideraba necesario en su repertorio.
Los
niños y niños salían –o los sacaban– al escenario en cada actuación con
actitudes dispares. Había los que entraban con toda la confianza del mundo:
artistas natos. Otros que, si bien aceptaban salir, no movían ni un solo
musculo. Se quedaban ahí, estáticos: los cumplidores. Y finalmente, estaban los
que no salían. Habían caído presa del pánico escénico, en lo que tal vez
quedaría grabado en sus inconscientes como el primer ataque de pánico.
Fueron
varios números los que prepararon miss Gloria y miss Giovanna con mucha
dedicación, y todos fueron dirigidos con maestría y elegancia por el esposo.
Durante más de tres años asistió mi hijo a su nido, Angel’s Garden, y participó en muchas
veladas. Se divirtió, aprendió y fue muy feliz ahí. Que más podría pedir para
lo que fue la primera etapa en su educación.
Gracias a este relato queda descubierto q los mejores lugares no son los q se pagan grandes cantidades de dinero. La educacion deberia ser asi como en Angel's garden
ResponderEliminarEso es lo mas importante, que los niños se sientan felices como di estuvieran en casa, como en Angel'garden. De q sirve pagar una pension alta si el niño solo recibe contenidos academicos y no lo mas importante cariño, amor, diversion y el complemento de valores.
ResponderEliminarArriba Angel's garden!!